
Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo.
Allí tambien acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua.
El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trato de loco. Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.
Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.
Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.
Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzo su jabalina y le dio muerte.
Libre ya del jabalí, el caballo enfilo hacia el rió para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.
Pero el hombre no pensaba desmontar.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No solo maté a esa bestia, sino que capture a un espléndido caballo.
Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.
Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.
Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamento noche y día:
-¡Tonto de mi! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, termine siendo esclavo!
A veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien solo tiene interés en dominarnos.
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